Matrimonio ante Dios

By on mayo 3, 2018

Perspectiva

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“El voto secreto del matrimonio nunca se emite.

El secreto del matrimonio nunca puede quebrantarse…”

The Secret Marriage, Sting

Las 8:05 de la noche.

El padre y sus dos monaguillos platicaron brevemente, alzaron los hombros y se dirigieron al altar para iniciar la celebración de la misa de esa noche. Habían esperado hasta ese momento para tomar la decisión.

Enfrente del altar, los asientos asignados a los novios y a sus padrinos eran mudos testigos de lo que estaba sucediendo. La celebración no era únicamente para los contrayentes, sino también era para conmemorar el aniversario de nupcias de los padres de uno de ellos.

Pero no llegaron…

Mientras la ceremonia religiosa se desarrollaba, me fue imposible evitar que algunos escenarios se presentaran en mi imaginación: ¿se habría arrepentido alguno de ellos?, ¿o qué tal si los novios hubieran decidido que no necesitaban tanta ceremonia y decidieron “escaparse” de tanta formalidad?, ¿y si hubieran registrado erróneamente el horario de la ceremonia y se presentaban más tarde?

Mientras mi mente divagaba temporalmente en esos rumbos, intentando concentrarme en la celebración, de mis recuerdos se desprendió uno: “No es el sacerdote quien casa a los contrayentes; en realidad, en la ceremonia tan solo funge como testigo de la decisión de asumir el compromiso del matrimonio de los contrayentes ante Dios, según el canon católico.”

Y luego otro se deslizó: “No me he casado por la Iglesia, pero sí por lo civil, y más de una vez; luego entonces, el compromiso lo asumiré cuando me case por la Iglesia.”

Vinieron entonces a mí los recuerdos de generaciones que me precedieron: “El novio se robaba a la novia cuando no contaba con el consentimiento de la familia de ella para que, a su retorno, no quedara otro remedio que no fuera casarse.”

Por esa avenida, entonces vinieron a mí las palabras de mi querida tía Marlene, proferidas esa misma tarde: “Antes, cuando después de tres meses de casados aún no se embarazaba la esposa, toda la familia se acercaba a la pareja para averiguar qué estaba pasando; prácticamente era obligación que se embarazaran lo más pronto posible, tuvieran a su primer hijo, y se embarazaran nuevamente.”

Sin duda, todos ustedes tienen historias semejantes, han escuchado de labios de otros algunas experiencias cercanas a ellos, o hay alguien en su familia que ha expresado comentarios similares. Los seres humanos somos a veces las criaturas más impredecibles de la Creación, pero nuestros comportamientos no parecieran haber cambiado tanto.

Casarse es adquirir una inmensa responsabilidad, ya fuera que se hiciera por lo religioso o por lo civil. Algunas parejas logran sostener sus votos a través de tormentas y aguas calmas; otros cumplen con el requisito, pero en su vida común no respetan el compromiso, conservan los títulos, mas no concuerdan sus acciones con lo que aparentan ser; otros, por diferentes razones, no hemos sido capaces de sostener el compromiso y acabamos divorciados, en el mejor de los casos evaluando qué hicimos mal para evitar que suceda de nuevo.

¿Cuánto de lo anterior ha cambiado y lo vemos reflejado en nuestros hijos y sus relaciones de pareja?

El bono de juventud que teníamos en nuestro país se está agotando ante la negativa de las nuevas parejas de tener hijos. Ahora, en vez de hijos, observamos “perr-hijos”. Ahora nuestros hijos no desean casarse sino hasta que hayan comprobado si funcionarán como pareja, y eso implica vivir juntos un tiempo antes de asumir el compromiso.

¿Cuánto de ello es malo? A mi juicio, es imposible juzgarlos con la óptica de nuestras costumbres, porque la sociedad y su experiencia de vida los ha hecho tomar estas decisiones.

Desde esta perspectiva, me queda claro que mi rol como papá no será nunca iniciar una plática sobre estos temas con mis hijos diciéndoles “En mi época…”, simplemente porque la constante en esta vida es el cambio, y lo que viví no lo vivieron ellos.

Más bien, y a diferencia de “aquellos tiempos que viví”, mi rol como papá será siempre estar atento a sus decisiones y –cuando sea necesario, todas las veces que sea necesario– orientarlos cuando transiten por caminos que he transitado y cuyo destino final conozco.

Por cierto, los novios finalmente sí llegaron –después de la homilía, como a las 8:30 p.m.; primero él, que pasó unos incomodísimos diez minutos solo ante el altar–, y acordaron, con el sacerdote como testigo, contraer matrimonio. ¿Final feliz? Ojalá que sí.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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