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Esbozos
XVI
ESBOZOS
A Rodolfo Reyes
EN oriente las cumbres hirsutas
enderezan sus conos enhiestos
bajo un palio de un índigo obscuro,
bajo un trágico toldo de estruendos,
en el cual, como alfanjes de plata,
resplandecen relámpagos trémulos…
Ven a ver el paisaje, es hermoso:
tras la gris nublazón de los cielos
se amortiguan los rayos occíduos;
en la cumbre, los pájaros negros,
los que adoran las cosas inmundas,
los que atacan lo inerme, los cuervos,
se revuelven con júbilo, como
soberanos señores del viento,
y la racha, con ímpetu, con ímpetu rudo,
silba y silba… ¿Vendrá el aguacero?
Es la tarde otoñal… ¡Qué admirables,
qué gloriosos serían los versos
con que canto tu noble hermosura,
impecable y magnífica, si ellos
desgranan el ritmo inefable
de esta tarde de ritmos excelsos
en que un alma sonora palpita
en la tierra, en el aire, en el cielo!
¡Opulenta, grandiosa armonía!
Roncos gritos de cólera, lejos
allá arriba, en las nubes preñadas;
aquí abajo, en la fronda, en el viento,
en los rubios trigales que undulan
con su espiga gentil de oro viejo,
ya suspiros que acaban cantando,
ora quejas que acaban riendo,
o resoplos de mar, o rumores
de caricias, de arrullos, de besos…
Mas ya vuelan las hojas en alas
de la racha… ¿Vendrá el aguacero?
¡Oh, qué lindo clavel entreabre
su corola de púrpura y fuego,
sobre el oro triunfal de tus bucles
perfumados, sedosos y luengos!
Me recuerda un maizal que yo he visto
en las milpas cercanas del pueblo…
Era un mar con sus ondas doradas…
De la mar rumorosa, en el centro,
la amapola, ostentando sus flores
del color del clavel de tu pelo…
Pero caen las prístinas gotas
como aljófares vívidos, trémulos,
y las nubes alígeras vuelan,
y rebullen graznando los cuervos,
y el relámpago sigue brillando
bajo el trágico toldo de estruendos
que coronan las cumbres hirsutas
en oriente… ¿Vendrá el aguacero?
¿Sabes tú, qué pensaba, mi rubia?
No te rías, decírtelo quiero:
recoger esas límpidas perlas
en el cáliz ardiente y bermejo
de la flor de tus labios, más roja
que el clavel de tu blondo cabello…
Mas… ¡Qué bella explosión de fulgores!
Se abrillanta con claros destellos
ese palio de un índigo obscuro
que corona los montes enhiestos…
¡Gloria al sol que ha rasgado la bruma!
Esa nube preñada de estruendos
era informe montón: y hoy parece…
¡Hoy parece un ideal terciopelo!
La esmeralda del monte revive…
Hasta el hosco plumaje del cuervo,
al tocarle la luz, ya presenta
primorosos cambiantes de acero!
¡Claro-obscuro, tu encanto subyuga!
¡Almo sol, tu pincel es soberbio!
¡Gloria a ti, gran artista celeste!
¡Y a ti gloria, oh Rembrandt, oh maestro!
Mas… la racha ha calmado su furia
¡No vendrá, no vendrá el aguacero!
No vendrá… Mira el arco de triunfo
que Iris teje, con mágicos dedos,
con los rayos del sol que disuelve
en el agua suspensa en los cielos…
También mi alma, a tu casta hermosura
con la luz ideal del ensueño,
ha tejido mil arcos de triunfo
en mis trovas de amor, en mis versos.
Pero ¡mira! ¡Oh, prodigio! Del valle
sube un águila, en rápido vuelo…
Va a la cumbre, a la roca, a su nido
donde aguardan sus hijos hambrientos…
Mas el ave vacila… jadea…
¿Qué tendrá? ¿Por qué abate su vuelo?
¿Qué acongoja a la reina del aire?
¡Ah, tal vez de un combate sangriento,
pero noble y viril y pujante,
vuelve, rotas las garras de acero!
Se desploma, vencida en la roca…
Al sentir su presencia los cuervos,
azorados, emprenden la fuga
en desorden, temblando de miedo!
Pero no, que ya vuelven, se agrupan,
exploran, observan con ojo certero…
¡Ya lo saben! ¡El rey agoniza!…
¡Ya le atacan!… ¡Oh viles! ¡Oh…cuervos!
Di, mi bien: ¿No te indigna?
¡Oh mi gloria!
¡Yo a tus plantas! ¡Tu frente!… ¡Mi beso!…
José Inés Novelo
Continuará la próxima semana…
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