Ensayos Profanos (VIII)

By on junio 28, 2018

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EL PORVENIR DE LA LENGUA NACIONAL

Continuación…

He aquí una serie de tendencias absurdas que he podido observar y que, si bien no llegan al desquicio, son al menos motivo de preocupación intelectual.

Tendencia No. 1: Fabricación de verbos – De pequeños usábamos el verbo espadear cuando, émulos de los mosqueteros, jugábamos a batirnos con espadas. El verbo era popular entre los muchachos del barrio, aunque no gustara a los eruditos o a los extraños. Sin embargo, corregido por mi maestro de gramática, no volví a pronunciarlo; ahora los niños no lo emplean porque no sueñan con ser mosqueteros sino rebeldes sin causa, y no se baten con espadas de madera sino se atizan con cadenas o se tunden a pedradas. ¡Quién me iba a decir que pasados los años se podría sacar un verbo del sustantivo más inesperado! Y no es preciso ser profesor o literato para estas incursiones en la semántica; la invención está al alcance de cualquiera; basta un poco de imaginación y de descaro. “Optimizar”, “politizar” y “concientizar” son los más explotados y comunes, partícipes insustituibles del discurso político o demagógico que pretenda altura. Pero los hay de antología, como los que integran el lenguaje críptico de las capillas de esto o de lo otro. Puedo recordar sin esfuerzo ahora mismo el “calendarizar” de las jefaturas de enseñanza y el “explicitar” de un picopardo en la televisión. Y no son los únicos. También conservo como joya del lenguaje palurdo el “campeonizar” que soltó en proyección nacional un entrenador de fútbol. Finalmente, para que vean que no me ensaño contra ninguna clase social en particular, diré que también los médicos ponemos nuestro granito de arena en esta competencia de disparates. Un colega que me invitó a pasear en su Ford último modelo murmuró acerca de alguien que nos pisaba los talones tocando las bocinas: ¿Quién será ese imbécil que nos está “claxoneando”?

Tendencia No. 2: Adjetivo con adverbio – “El Heraldo piensa joven”. Sí; “El Heraldo” piensa joven, pero dice mal y enseña peor, ya que su desatino propagandístico se difunde a todos los ámbitos de la nación. No se trata de observación insólita. Usar adjetivos en vez de adverbios es costumbre día a día más arraigada. “Se compra fácil, se lleva fácil, se toma fácil”, sostiene la oferta de una cerveza, aunque en este caso hay la excusa de que es una organización comercial la que habla, y la gramática no ha sido nunca el fuerte de los mercaderes. El infortunado anuncio es formulado por gente cuyo solitario interés está en la ganancia pecuniaria. En el caso del periódico, si es cierto que las monedas que ingresan en su caja registradora son tan redondas como las demás, se admite que en la mente de sus directores y jefes de redacción debe alentar satisfactores no siempre rodantes. Al menos eso es lo que yo pensaba sobre estos buenos hombres que se autotitulan defensores de ideales, de normas de derechos y de cultura.

Tendencia No. 3: Regularización de los verbos – No existen en el español, como en ningún otro idioma, reglas exactas acerca de los verbos anómalos o irregulares. La mayoría deben aprenderse de memoria, como en el inglés, y casi siempre es cuestión de oído. Algo pueden orientar en ocasiones las raíces del sustantivo del cual provienen. A veces la irregularidad sirve para diferenciar un verbo de otro cuando, teniendo un significado distinto, coinciden fonéticamente en alguno de sus tiempos y personas si se conjugan como regulares. Esto no parece importar mucho a nuestros conciudadanos. Animados por lo cómodo que llega a ser parlotear sin esfuerzo y sin conciencia, conjugamos hoy como regulares muchos verbos que antes no lo fueron. Forzar fue el primero que se rindió y le han seguido esforzar y reforzar; “No force el motor de su licuadora”, aconsejaba un anuncio en la televisión. También figuran en la larga lista renovar, soldar, apretar, concertar, acertar, tender, nevar, helar, asolar –en su acepción de arrasar, tocar, trastocar– y muchos más que omito para no hacer interminable mi relación. Pero el mejor es el que anda en boca de algunas damas encopetadas de esas que solo hablan de pieles y de alhajas, y son modelo de finura: cocer (poner al fuego). “Yo coso mis alimentos con aceite vegetal” decía la más locuaz y desenvuelta de un grupo. “¿Y por qué no los cose en su máquina Singer?” me pasó por la mente preguntarle, aunque por educación no lo hice, claro. Permanecí callado, meditando en la insensatez de la tendencia y las extrañezas que pueden surgir si cunde el proceso de la regularización. En efecto, algunos presentes de indicativo serían sensacionales: de jugar “yo jugo”, de soler “yo solo”, de pedir “yo pedo”.

Tendencia No. 4: Desaparición del acento escrito – Una de las grandes ventajas del español sobre el inglés, aparte de que se lee tal cual se escribe, es el acento gráfico. Sujeto a reglas simples, sus normas se recuerdan fácilmente. Bien manejado, permite a quien lee dar la debida acentuación a las palabras, por mínimo conocimiento que del idioma tenga; pero esas reglas elementales se olvidan con frecuencia y surgen los problemas; así, aparecen escritas con tilde palabras llanas terminadas en ene o en ese, como examen, volumen, tesis y dosis; monosílabos como fe y fue; y agudas como dorsal y mamut; en cambio, se omite por sistema en las esdrújulas y sobreesdrújulas, y en otras circunstancias surgidas al azar. El acento diacrítico es la pesadilla de los mecanógrafos. A veces tengo la impresión de que las secretarias –si no todas, algunas de ellas creen que la virgulilla es un adorno que se pone según el gusto y la inspiración de cada quien, después de cierto número de golpes de tecla. Caiga donde caiga, sobre las consonantes inclusive. Por lo anterior –no sé si desprecio, desidia o ignorancia–, me temo que en el lenguaje nuestro el acento escrito acabará por desaparecer. A ello pueden contribuir la cercanía de los Estados Unidos y la popularidad del inglés. Y aquí sí las consecuencias serán serias, pues muchas palabras perderán su acentuación normal: las agudas se volverán graves, se disolverán diptongos al capricho y se pronunciarán como esdrújulas todas las que tengan tres o más sílabas. Como ejemplos tenemos fútil y hostil que ya muchos pronuncian “futil” y “hóstil”; bisturí, que los cirujanos pochos dicen “bísturi”; en la diptongación la gama se amplía: se dice “licúa” y “evacúa” por licua y evacua, que es lo correcto; con igual terminación se da el caso contrario al decir “se menstrua” por se menstrúa. Comunes son también los vocablos terminados en el diptongo ia como evidencia y diferencia que, al pasar a personas y tiempos de verbos, deben conservar su terminación; sin embargo, hay tendencia a disolver el diptongo final como queriendo dar énfasis a la locución: se “diferencía” o se “evidencía” por se diferencia y se evidencia. Esto no lo dicen ganapanes, sino señores profesionales que se supone pasaron por la escuela primaria.

Carlos Urzáiz Jiménez

Continuará la próxima semana…

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