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En la Ascención de Carlos Pellicer
XLVI
A Francisco López Cervantes
EMPIEZAS a morir tu propia vida
en un relámpago del más allá,
empiezas a vivir tu propia muerte
en un instante de la eternidad,
con tu garra de guerra interior
y tu vasto ideal,
detenida tu sangre en el poema
que en él cae y por siempre caerá
del árbol divino
del misterio del bien y del mal.
Comienzas a morir,
a morir de ti mismo en soledad,
a morir de ti mismo,
solo, como decía Pascal,
y es tu manera de renacer
en tu transparente verticalidad.
Comienzas a vivir y a morir
de tu gozo de hombre trascendental.
Te mueres en tu dulce Cristo Desesperado
por tanta infamia y crueldad.
Te mueres en nosotros que te damos la vida,
te vives en nosotros que te vemos pasar
de un sueño en otro sueño
en tu viaje estelar.
Te mueres en tu Cristo Señor Desamparado,
Él en nosotros y en ti por siempre y siempre más,
te mueres por los que tienen ansia y sed
y por los que ya nunca morirán.
Nosotros renacemos contigo,
Amaneces contigo sobre el haz
del milagro que luce en el ala
en tu poema sustancial.
(Abro un breve paréntesis
elemental:
Yo que de Tabasco vengo
con nudos de sangre maya,
donde el cacao molido
dio nuevo sentido al agua,
Y así siempre lo sabrás)
Cómo sufriste la llamada Justicia
con tus diversas muertes, poeta en tempestad
de lirios y de rosas
cuajados en tu poesía triunfal,
entre la flor y el agua y la piedra
de tu Tabasco y de tu Yucatán.
Hombre agónico por la cruz y la luz,
atormentado por el mal,
esperanzado y angustiado,
fiel a ti mismo, fiel en la amistad
con tu espíritu delicado y profundo
y con tu carne musical.
Toda la tristeza del pueblo es la mía
escribiste en una Elegía sentimental…
Nos conocimos en 1923
y me hablaste del embrujo de Chichén Itzá.
Me dijiste que es triste y hermoso este mundo
y que las piedras más fecundas son las de Uxmal.
Las piedras que sueñan y cantan,
y siempre cantarán.
Recuerdo tu poema:
Uxmal,
llena de ingenieros poéticos,
opulenta y sepulcral.
Danzarán tus serpientes endiosadas
sobre las piedras verdes y sonoras
cuando las horas de luces plateadas
hilan estrellas y elevan auroras.
Uxmal,
tú llenaste mi corazón
y de tu raza culta es mi alegría
y mi vaso sincero de pasión.
Tú tocaste la puerta de mi corazón,
Uxmal.
En París, una noche
de pensamiento y paz
dijiste en el poema:
Sol parisiense
sol bibliotecario y sacristán,
ve a jugar a la América
en los muros astronómicos de Uxmal.
Frótate entre los helechos de Palenque;
ruédate desde la pirámide solar
que los toltecas finos y civilizados
levantaron en Chichén y en Teotihuacán.
Y en tu “Esquema
para una oda tropical”:
Una tarde en Chichén yo estaba en medio
del agua subterránea que un instante
se vuelve cielo. En los muros del pozo
un jardín vertical cerraba el vuelo
de mis ojos. Silencio tras silencio
me anudaron la voz y en cada músculo
sentí mi desnudez hecha de espanto.
Una serpiente, apenas,
desató aquel encanto
y pasó por mi sangre una gran sombra
que ya en el horizonte fue un lucero.
¿Las manos del destino
encendieron la hoguera de mi cuerpo?
Y en Atenas escribiste:
Y hay un viaje remoto que a un altar dividido
dio su gozo y su espuma, sus esperanzas da.
Y hay un retorno antiguo hacia un nuevo sentido
del Sol que abrió las cifras de Grecia y Yucatán.
Hace un año te fuiste,
estás
recorriendo tus viejas rutas
de la tierra y del mal.
¡En dónde está tu vuelo
ahora, en dónde está!
¡En qué estrella impalpable
tu rítmica sustancia esencial!
Piloto de tu sangre,
tu nave la diriges, marinero genial,
al puerto del silencio
donde tu dolor gritas y siempre gritarás.
Danzaban tus palabras,
cuando las echabas a volar,
en el poema sinfónico
o en el diminuto haiku.
Qué claridad la tuya en poesía,
qué suavidad la tuya en amistad,
qué todo tú, hombre
mortal inmortal.
Qué claridad en todo,
qué claridad.
Corrías por la tierra
con alas en los ojos, y ante el mar
arrodillabas tu paisaje interior
para iluminar el paisaje monumental.
Eres de tierra y agua en el poema,
de caoba y de música y cristal,
con el color del sueño
fundido en el resplandor del huracán.
Qué cosas sabías por dentro
con tu espíritu y tu cantar.
Cómo se diluían tus dolores
ante el dolor universal.
Influiste en mi feria
frutal,
y en mi manera de partir
el pan.
Y años después, al borde del éxtasis,
me enseñaste la clave sideral,
fáustica de José Vasconcelos
a bordo de una noche frente a la inmensidad.
Y pasados otros años, otros años
del corazón y de la soledad,
pusiste en manos de mi hijo Francisco
una gota de miel para paladear,
en el principio de la poesía,
la magnificencia del hombre germinal.
El prodigio es infinito
como es infinita tu voluntad
de poner las estrellas a tu izquierda
y a tu derecha la eternidad.
En un instante en que se hace eterna
tu terrestre celeste piedad.
Cuando yo digo eternidad, me enciende
la voz tu luminosidad,
y cantan las piedras que tanto amabas
y clasificabas con humana santidad,
y me agarro a mi espíritu fluente
y recojo las flechas de tu afán
–hombre, poeta, hombre–
para seguir batallando y ya no descansar.
Cuando yo digo Carlos Pellicer
y me pongo a cantar,
me derramo en la vida y el poema
y me asomo a la eternidad.
Mérida, Yuc., 1978.
Clemente López Trujillo
Continuará la próxima semana…
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