El Tuuch

By on septiembre 14, 2018

Crónicas de Mi Pueblo

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César Ramón González Rosado

“Tantos años…y hasta ahora vuelvo. Han pasado treinta desde mi ausencia y este mi pueblo sigue igual. Tal parece que el tiempo se detuvo,” reflexionaba Jacinto.

Cinco décadas atrás habían enterrado su Tuuch junto al pozo. Ese mismo manantial que ahora contemplaba nostálgico mientras una muchacha del pueblo sacaba agua con una cubeta que descendía, pendiente de una soga, al ritmo de los grillos de la polea.

“¿Será que es verdad? Pero si yo había jurado nunca volver al pueblo cuando Mechita me rompió el corazón al casarse con otro. Pero aquí estoy de nuevo. ¿Será que es verdad?”

Entonces casi todos los de la época habían muerto, pero la tía Felipa no; era una anciana, pero sobrevivía como la partera del pueblo, la que asistió a su madre cuando él nació.

Su madre, que se llamaba Petronila –aunque simplemente le decían por economía verbal “Nila”– le contó la anécdota: “La tía Felipa me dijo: ‘Este niño, cuando cumpla 18 años, se irá del pueblo y te dejará. Para que vuelva un día, y lo veas de nuevo, hay que enterrar su tuuch junto al pozo.’”

La comadrona había guardado la tripa sanguinolenta, y la tendió al sol; días después, ya seca, como una lombriz carcomida por las hormigas, Nila y la anciana enterraron los despojos de lo que fuera un conducto de vida. Prendieron dos veladoras, rezaron tres padres nuestros, dos aves marías. Entonces Felipa dijo: “Ya está, Nila. Aunque él se vaya, volverás a ver a tu hijo antes de que mueras. Regresará a tiempo, para despedirte, estará junto a ti cuando te vayas al cielo.”

Jacinto amaba a Mechita y ella a él. Fueron novios desde niños. Pero el inexorable destino cambió sus vidas: Un rico comerciante del pueblo quería casar a su hijo Manuel y se fijó en ella como la futura madre de sus nietos.

Acudió a ver a los padres de la muchacha y acordaron el matrimonio, siempre y cuando Mechita estuviera de acuerdo. Ella no aceptó, pero los padres insistieron, haciéndole ver las ventajas de casarse con el heredero de don Marcial, el más rico del pueblo.

Molesto Jacinto por la petición de mano, fue a ver don Marcial para exigirle que no se metiera. Entonces Manuel, el hijo y pretenso de Mechita, le agredió. Pelearon los dos hasta que Manuel perdió el conocimiento. Tuvo que ser trasladado a Mérida para su hospitalización.

Jacinto fue detenido por la policía y encarcelado por breve tiempo. Por fortuna, el joven rico se recuperó. Amenazado por los esbirros de don Marcial y acosado por la misma policía, Jacinto decidió salir del pueblo y quedarse en Mérida. Antes de partir, le prometió a Mechita que pronto regresaría para casarse con ella.

Pero he aquí que Mechita sucumbió ante la presión. Manuel la cortejó, le prometió las perlas de la virgen, amarla siempre y cuidarla como su más preciada joya. Y un ingrato día contrajeron matrimonio.

Jacinto se dolió de su infortunio y decidió alejarse más de su pueblo y de todos. Se fue a la ciudad de México donde trabajó y estudió. Un día, después de varios años, se graduó como Arquitecto. Su desarrollo en la profesión fue destacado. Obtuvo prestigio, posición económica. Su brillante desempeño le llevó a otras latitudes del planeta hasta que se quedó en París, donde se casó con una bella muchacha francesa. Echó raíces en Francia, tuvo varios hijos y vivía feliz con su familia.

Un día recibió un telegrama: su madre estaba enferma y deseaba que regresara; suplicaba verlo por última vez.

Jacinto tomó el avión, regresó a su pueblo y, al contemplar el pozo con la bella muchacha sacando agua, nostálgico por aquellos tiempos, se acordó de Mechita y sonrió con cierta tristeza.

Estuvo varios días con su madre enferma, hasta que Nila falleció.

La tía Felipa dijo: “Qué bueno que enterramos tu tuuch junto al pozo, Jacinto. Regresaste, aunque fuera para ver y despedir a Nila.”

Jacinto festinó la ocurrencia: “¿Todavía crees en esas cosas, tía Felipa? Son puros cuentos. Yo me voy; regreso a Francia para estar con mi familia. Ya no hay nada que me haga regresar a este, mi pobre pueblo que se quedó en la prehistoria.”

Felipa le dijo: “Pero regresarás de nuevo un día, y entonces te quedarás para siempre, porque tu tuuch está enterrado junto al pozo.

Una estruendosa carcajada fue la respuesta de Jacinto: “Ya verás que no, tía Felipa,” y se despidió de la anciana.

Jacinto regresó a París. Fue feliz con su familia, creció a sus hijos, los disfrutó y un día, como suele suceder, falleció repentinamente. Fue sepultado con todos los honores por su aportación a la arquitectura del mundo moderno, y como un gran artista y académico mexicano.

Pasaron algunos años más.

Unos jóvenes del pueblo, estudiantes de Arquitectura de la Universidad de Yucatán, decidieron gestionar el traslado de sus restos a la tierra natal, rendirle homenaje a tan preclaro personaje de su terruño, y erigir un monumento en su memoria.

Y así sucedió…

Cuando rendían los honores, cuando sus restos descendieron en el monumento-tumba, la tía Felipa, ya pasados los cien años de edad, observando la ceremonia en el panteón, musitó: “Te lo dije, Jacinto. Te dije que ibas a regresar para siempre, porque enterramos tu tuuch junto al pozo.”

Vocabulario

TUUCH – Ombligo

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