El Lugar de la Demencia (IV)

By on abril 19, 2018

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IV

‘Te odio y te maldigo, mujer. Siempre te he detestado, desde niño.

Ni siquiera el hecho de que seas mi madre despierta en mí piedad alguna.

Nos llaman humanos, pero en realidad somos bestias.’

Oliverio Landucci, Cronista

En un oscuro agujero de la frontera sur de Guatemala, en plena selva, cinco mercenarios y dos víctimas rescatadas, intentan escapar de un lugar indescriptible.

A salvo de las llamas que los perseguían, los siete humanos pudieron parar para tomar un respiro en una zona aledaña a aquel terrible pasillo donde cientos de bebés aullaban de dolor al ser devorados por el fuego.

Sus botas estaban embarradas de sangre, sesos, vísceras de los cuerpos pisados. El olor de era asqueroso, pero lo más pesado era el horripilante aroma a culpa que golpeaba a casi todos… pues Chaimae Bara seguía con una sonrisa estúpida en el rostro.

Monroe y Mancini cubrieron los únicos dos flancos de acceso, dejando en medio a los dos illuminati.

Brooks, Amalia y Orthon discutieron las alternativas más urgentes.

Orthon prendió su tableta para analizar los diagramas capturados por su programa sensor. “No me gusta nada esto, camaradas. Este aparato escanea nuestro recorrido y envía una señal decodificada digital del diseño arquitectónico del lugar. Pues bien, según esta tecnología de punta hemos realizado un recorrido ilógico hasta este momento,” reconoció, abrumado.

“¿Cómo qué ilógico?” cuestionó Amalia. “Pisar bebés me parece algo bastante ilógico, casi como ser convertida en picadillo en una piscina llena de cadáveres. ¿Podrías ser más específico, Orthon, con un carajo?”

“Descendimos seis pisos hasta llegar al bunker donde estaba Chaimae Bara; el sitio estaba lleno de trampas, y por eso perdimos a Feraud y Winston. Si ustedes descendieron seis pisos y nosotros también seis pisos, ¿por qué llegamos a sitios diferentes? Además, hay otro detalle que necesito me confirmes Brooks. ¿Recuerdas con exactitud el recorrido?”

Brooks realizó mentalmente un resumen del recorrido de su unidad, sin necesidad de usar ningún aparato, confiando ciegamente en su enorme capacidad de retentiva hasta para los más mínimos detalles, algo que le había salvado la vida varias veces a lo largo de su trayectoria como soldado de alquiler.

“Descendimos seis pisos a esa especie de área de descanso que incluía un comedor y una enorme cocina; luego bajamos otros cuatro pisos hasta el área médica donde tú, mi querida Amalia, barriste a tiros a la lunática enfermera que torturaba al tipo ese, estrella porno…’

“‘Rocko Hood, según dijo Mancini,” agregó Amalia.

“Exacto. Después descendimos sin encontrar accesos hasta pasados 20 minutos, que fue cuando llegamos al matadero. Ahí perdimos a Bucky, en lo que supongo es la parte final de este sitio. Decidimos entonces retornar a la unidad médica donde nos encontramos contigo.”

Orthon retomó la línea de su hipótesis: “De la unidad médica descendimos 16 pisos, hasta llegar a donde estaba el acceso donde vimos cómo devoraban a quienes supongo eran Connor, Feraud y Allard, que iban con Dahmer por esos hijos de puta mutantes, cientos de ellos a los que tuvimos que masacrar. Avanzamos hacia aquel corredor alterno estrecho, luego hacia el bunker que albergaba el puerto submarino donde estaba Lev Aggot. Matamos a sus captores y retornamos a la unidad médica, ¿de acuerdo? Descender 16 pisos nos tomó 12 minutos y llegamos al fondo, pues ese bunker daba acceso al mar, o lo dio en alguna época. Pero tú dices que descendieron por 20 minutos hasta el matadero, eso quiere decir que en este lugar hay multiniveles.”

“¿Cómo que multiniveles? ¿Qué quieres decir con eso?” preguntó sumamente intrigada Amalia.

Orthon decidió concluir la explicación. La ansiedad de que ambos comprendieran su argumento era inmensa: “Ascendimos buscando el acceso de los elevadores, pero estos estaban tapiados, lo que humanamente hubiera llevado al menos dos días de trabajo, dadas las dimensiones de este lugar. Nosotros llevamos horas aquí. ¿Entienden el punto? De alguna manera, dentro de ese sitio la lógica no tiene sentido. A causa del fuego nos metimos a ese pasillo de 50 metros de extensión hasta, hasta donde estaban los bebés y llegamos aquí… Este armatoste de alta tecnología indica que estamos en el piso 19. Uno arriba del matadero.

“¡Imposible! ¡No pudimos descender tantos pisos en unos minutos!” bramó la recia mujer, atrayendo la atención de Chaimae Bara y Lev Aggot.

“Pues este aparato es increíblemente preciso. Tendremos que agudizar nuestros sentidos si queremos salir vivos de aquí,” remató Orthon.

El illuminati habló entonces: “En realidad tendrán que hacer mucho, pero mucho más que eso para descifrar este acertijo tan desgastantemente complicado, caballeros.”

“¿A qué se refiere Aggot?” inquirió Brooks.

“La mayoría de las personas, incluso los comandos entrenados como ustedes, tienen una limitada capacidad de comprensión acerca de la exactitud de las cosas que los rodean. Son, para describirlos de alguna manera, víctimas de la cotidianidad,” ripostó, divertido.

“Estamos metidos en esto tanto como ustedes, así que sea más específico,” advirtió amenazadoramente Amalia.

Tras observarla, Aggot aceptó profundizar en su concepto.

“La evidencia indica que estamos dentro de un lugar donde las dimensiones se mezclan, creando realidades alternas. Ustedes se resisten a creer en ella, pese a que la inimitable evidencia les ha dejado un lindo óleo de sesos en sus botas. Mutantes, bebés, enfermeras maniáticas, putrefacción, cadáveres… ¿de verdad no les queda claro dónde están y por qué estamos todos aquí?”

“¿A qué te refieres, hombre?” preguntó Orthon, visiblemente nervioso.

“Un momento. No estarás insinuando que…” balbuceó Amalia.

Brooks avanzó hacia Aggot, se detuvo frente a él y volteó en dirección de sus compañeros. Sus palabras expresaron lo que ninguno se atrevía a admitir: “Él dice que estamos muertos y llegamos al infierno.”

———–

Ingresamos a Guatemala por el sur, a través del Océano Pacífico rumbo al poblado pesquero donde se encontraban nuestros objetivos. Era el viernes 28 de noviembre del 2025.

Tras más de dos años de investigación y búsqueda, finalmente pude ubicar a los dos kaibiles que habían asesinado a mi esposa Sara, casi al final de la guerra contra ese país centroamericano, cuando la CIA autorizó el derrocamiento de Agustín López, el dictador que había colocado en la silla unos años antes. El político ex militar resultó ser un sicópata que traspasó todos los límites permitidos.

Yo participé desde el inicio de las confrontaciones, en enero de 2022, hasta la batalla final en Nueva Guatemala de Asunción en mayo del 2023.

Todo parecía controlado, por lo que no vi inconveniente en que mi esposa viniera a visitarme al cuartel donde estaba ubicado, en el golfo de Honduras, por el mar Caribe.

Sara, junto con otras esposas de mercenarios y comandos, llegó al aeropuerto de la Aurora, donde fueron recogidas y transportadas en dos autobuses.

A mitad de ruta, un comando rebelde de kaibiles leales a López mató a los escoltas, violó y asesinó a todas las mujeres, incluyendo a tres monjas que atendían la capilla del cuartel.

Había llegado por fin mi momento de revancha.

Acompañado de seis colegas, llegamos en silenciosas lanchas al modesto puerto de San Benito, donde varios ex militares del viejo régimen se habían refugiado, cambiándose el nombre para adoptar otras identidades.

Dos de ellos llevaban muchos meses disfrutando de la vida en aquella zona, utilizando sus recursos y poder. Por eso los tomamos desprevenidos y pudimos sustraerlos.

Los llevamos a unos manglares, donde me tomé todo el tiempo para irlos destazando, comenzando con sus respectivas narices.

Los kaibiles tenían de prisionero a un anciano al que confundieron con un rico hacendado. En realidad, aquel vejete era un demente escapado de algún hospital psiquiátrico.

No dejaba de expresar frases realmente perturbadoras.

Dijo llamarse Oliverio Landucci.

Continuará…

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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