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Eeeeeeeh, pu… ¿y el respeto?
Perspectiva
Eeeeeeeh, pu… ¿y el respeto?
“Cuando todos quieren ser vivos, todos son tontos…”
Mariano Grondona
Mis padres me crecieron de manera que siempre los respetara a ellos y a los demás, que fuera cortés y responsable en mi actuar. Aunado lo anterior a la educación escolar que me procuraron, más de cincuenta años después, les debo mucho de lo que soy.
Dentro de ese respeto que me fue inculcado, también lo hicieron con el deporte y los juegos: me enseñaron a seguir las reglas que rigieran una u otra actividad, y llevé esto al extremo de leer y aprender los reglamentos de muchos de esos deportes que he practicado en mi vida, incluso oficiando algunos de ellos.
Mi padre me enseñó a tirar algunos golpes de box, a adoptar una postura de defensa, y a nunca, nunca, aprovecharme de aquellos que estaban vencidos, sobre todo aquellos que yo hubiera vencido; mucho menos a burlarme de mis contrincantes. Tuve varias ocasiones de poner en práctica sus enseñanzas, y mi récord ha sido bastante bueno, sin afán alguno de presunción.
Disculpen ustedes el preámbulo, pero era necesario para que se entendiera mi molestia cada vez que escucho esa tan despectiva expresión que mucha gente profiere cuando algún jugador de fútbol del equipo contrario está a punto de despejar el balón, siendo generalmente el portero a quien lo dirigen. Me refiero al malhadado “eeeeeeh, putooooo” que se generaliza y rebasa las fronteras futbolísticas, trascendiendo ya a otros deportes.
¿Dónde quedó lo que se ha llamado “fair play”, el respeto a los contrarios en los deportes? ¿De dónde acá es una señal de fortaleza y nacionalismo tratar así a otras gentes, particularmente de otros países, en una competencia? ¿Cómo festejamos y alentamos una expresión así, cuando debiéramos descalificar a aquellos que la profieren? ¿Lo peyorativo nos da poder, nos hace mejores?
Por el contrario, me parece que expresarnos así de alguien es una señal de que vamos a buscar la victoria por cualquier medio, de nuestro pobre nivel cultural, de la reafirmación de la cultura de la viveza que tanto mal nos ha hecho como nación. Me parece increíble que algunos defiendan la expresión como una muestra de nuestra identidad, y que incluso se atrevan a decir que hasta es una expresión de “cariño”, de “afecto”. ¿Qué nos pasa?
La semana pasada, además del famoso grito durante el juego, a algunos de los asistentes al de la selección mexicana de fútbol contra su similar de Estados Unidos se les ocurrió abuchear el himno de nuestros vecinos del Norte, dando así una penosa demostración de su nivel cultural y, a la vez, confirmar la etiqueta de irrespetuosos que nos acompaña doquiera que vayamos por el mundo.
¿Desde cuándo es aceptable el “así soy y qué” cuando conlleva una alta dosis de irrespetuosidad y mala educación?
Podremos tener enemigos acérrimos en lo deportivo y en la vida, pero mofarnos de ellos nunca traerá como resultado un mayor respeto entre ambos; antes bien, los exacerbará aún más.
Si de por sí ya vivimos en una nación en donde el respeto – a la vida, a las leyes, a la propiedad privada, a la tranquilidad, a la seguridad, al libre tránsito, etc. – cada vez se vuelve un bien en decadencia, ¿por qué no nos hemos dado cuenta de que con estas pequeñas acciones seguimos abonando a ese miasma que nos agobia?
Desde los hogares, los padres debemos asegurarnos de que el respeto a los demás recupere la etiqueta que jamás debió haber perdido: es un valor, y en nuestros hijos debemos avivar esa llama que nos haga respetarnos los unos a los otros.
Desde esta perspectiva, no es necesario que nos impongan sanciones por ser irrespetuosos. Estamos viviendo las consecuencias de ser así, y todos los días los políticos, los narcotraficantes, los violentos, y todos aquellos que ven el respeto a las leyes como una señal de debilidad, como un chiste, nos dan nuevos ejemplos de qué tan mal podemos estar como nación.
¿Eso nos merecemos, o ya será tiempo de que exijamos que se cumpla la ley, las reglas del “juego”, en todos los que participamos, los que (sobre)vivimos en México?
S. Alvarado D.
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