Dos zorritos en apuros

By on junio 7, 2018

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Alma Preciado

Era un típico día de verano y grandes nubes de tormenta ennegrecían ese magnífico cielo, claro como el cristal, de la hermosa región de Baja California, y el Cañón del Picacho. Algunos relámpagos iluminaban ya las negras nubes. Su estruendo resonaba por todo el campo como una reacción en cadena. Dos jóvenes e inexpertos zorritos de pelaje rojizo y cola moteada recorrían por primera vez el territorio, en busca de comida y aventura. Los rayos y los truenos empezaron a asustarlos, y cuando cayeron las primeras gotas de lluvia fueron a refugiarse debajo de un matorro.

Los habitantes del bosque también corrieron a albergarse en sus madrigueras. Pequeñas codornices desfilaban en hilera detrás de sus mamás. Los conejos huían dando saltos. Las ardillas trepaban ligeras a los árboles y los pájaros se posaban en sus ramas.

A pesar de las nubes negras, los relámpagos y los truenos, solo fue un pequeño diluvio.

El sol volvió a brillar con todo su esplendor y los zorritos abandonaron su escondite, decididos a iniciar de nuevo su aventura.

Lo primero que vieron en su camino fue una enorme tarántula color café que parecía divertida y apetitosa. Hacia ella se dirigieron, pero escucharon un fuerte zumbido pasar junto a ellos. Sorprendidos, vieron que era una enorme avispa negra que, moviendo sus rojizas alas, a toda velocidad, atrapó al que iba a ser su sabroso bocadillo. La avispa encajó su enorme aguijón en el peludo vientre y, a pesar de que la tarántula triplicaba su tamaño, se la llevó arrastrando.

─ ¡Ups! Allí va nuestro tentempié ─dijo uno de los zorritos.

─ No te desanimes. Sigamos buscando; algo más encontraremos.

Al poco andar divisaron entre un arbusto un pequeño y solitario nido con un huevo de paloma tunera.

─ ¡Mira, hermano, lo que hay ahí! Compartiremos nuestro almuerzo.

Se dirigieron con cautela hacia el matorro. Para su mala suerte, una ardilla con cola esponjosa apareció de pronto en el nido, tomó el huevo y se trepó con extrema rapidez a un mezquite, dejando a los zorritos atónitos y sin almuerzo.

Un poco desalentados, continuaron su camino con sus pequeñas narices pegadas al suelo, para olfatearlo todo.

Fueron a toparse con una planta de calabaza silvestre que tenía ese apetitoso color naranja de su punto de maduración. Los zorritos estaban tan hambrientos que sentían que el estómago se les pegaba al espinazo. Se abalanzaron a comérselas. Al sentir su carnosa textura entre paladar y lengua, la escupieron como si estuvieran envenenados.

─ ¡Guácala! Esto sabe horrible ─dijo uno al otro.

─ Sí, y se veían tan sabrosas.

Restregaron su hocico en el suelo para limpiarlo y quitarse el amargo sabor.

Inesperadamente, detectaron un movimiento y notaron a un enorme ciempiés que caminaba presuroso entre las hojas caídas, haciendo un suave ruido.

─ ¿Viste eso, hermano? Es algo parecido a un refrigerio. A la cuenta de tres tú lo atrapas por la cola y yo por la cabeza.

─ ¿Tienen cola?

─ Bueno, tú de una punta y yo de la otra. ¿Ok?

─ Ok.

Uno, dos… no terminaron de contar.

Una sombra veloz irrumpió en su camino: un enorme cuervo, con su poderoso pico, atrapó y engulló en un instante al bicho rastrero.

─ Esto de cazar es muy difícil. Mejor regresemos a casa.

─ Hagamos un último intento: Si no cazamos nada, nos regresamos a casa y ya.

─ Vamos, pues.

Continuaron su camino.

Su gran olfato los llevó a uno de los ranchos de los alrededores; directamente a un tendedero de… ¿carne?

─ ¡Carne! ─gritaron los zorritos a una sola voz. Había un tendedero con finos filetes de carne colgados a desecarse al sol.

Los zorritos comenzaron a dar saltos para alcanzar los filetes. Uno de ellos, al saltar, cayó sobre un enorme, feo y gordo perro que al sentir el impacto se levantó y se abalanzó contra ellos, dando unos gruñidos y ladridos horrendos.

Los zorritos salieron despavoridos y fueron a refugiarse al corral de las gallinas, donde armaron gran alboroto. Las gallinas chillaban y corrían espantadas. Plumas volaban por aquí y por allá; y, para rematar, un enorme gallo los embistió feroz, dando tremendos picotazos.

El escándalo de las gorditas aves de corral alertó al dueño de la casa, quien salió al porche escopeta en mano y disparó algunos tiros dirigidos a los intrusos.

Esto asustó tanto a los zorritos que huyeron a toda velocidad del corral de las gallinas, libraron el cerco de alambre de púas de un solo impulso, y no pararon hasta que el rancho se les perdió de vista.

Ya un poco más tranquilos, se pararon a tomar aliento.

Vieron cómo un pájaro azul se comía una roja tuna de una planta de nopal.

─ ¿Ves lo que yo, hermano? ─preguntó uno de ellos.

─ Sí. ¿Crees que estén sabrosas? Parece que al pájaro le gustan.

─ Intentémoslo.

Se dirigieron hacia las tunas.

El pájaro emprendió el vuelo al ver que se acercaban. Los zorritos empezaron a comerse las tunas, despacito y con mucho cuidado, por las espinas y, bueno, también por el sabor.

Les parecieron deliciosas, y no pararon de comer hasta que su hocico se puso colorado. Las tunas calmaron su hambre y también la sed.

Los días son largos en el mes de julio y, a pesar de que el sol se oculta temprano tras los cerros que forman el cañón, pudieron llegar a casa antes de que cayera la noche.

Oh, oh: Mamá zorra los esperaba con gesto de enojo, parada en la puerta de su madriguera.

Sus bebés se habían ido de aventura sin su permiso.

Los zorritos se acercaron con la cola entre las patas y la cabeza gacha.

 ─ Hola, mamá. ¿Cómo estás?

─ ¿Que cómo estoy? Cómo iba a estar: preocupada y asustada por no saber dónde estaban ─contestó, a punto de explotar.

─ Perdón, mamá ─dijeron los dos zorritos, con voz asustada.

─ Qué perdón, ni qué nada. Se van directo a la cama, y sin cenar.

Los zorritos obedecieron sin chistar y se fueron directo a la cama.

─ Qué bueno es estar en casa, ¿no crees? No importa que nos hayamos acostado sin cenar.

─ Lo bueno es que nos comimos esas tunas rojas. Aunque nos descubrirán en los días siguientes cuando vayamos al baño, y dejemos semillas por todos lados. Ji ji ji.

Ambos rieron.

─ Esperemos que a mamá se le pase el enojo, y traiga algo sabroso de su cacería nocturna, para que mañana nos dé un rico desayuno. Buenas noches, hermano, que duermas bien y que no te gruñan las tripas por el hambre.

Los dos se quedaron profundamente dormidos.

El cansancio y el hambre los habían vencido.

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