Desde CDMX

By on septiembre 15, 2017

Perspectiva

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Desde CDMX

“Soñador, no eres más que un soñador…”

Dreamer, Supertramp

Hace ya varios años que no viajaba a la Ciudad de México por fines de trabajo, y esta semana tuve la oportunidad de hacerlo nuevamente. Encontré varios cambios que me sorprendieron, pero que de alguna manera reflejan lo que vivimos como país en estos días, aumentados en esta gran metrópolis, habitada por más de 20 millones de seres humanos.

Me encontré, por ejemplo, con que el hotel al que iba a llegar me proporcionó instrucciones precisas sobre el transporte que me llevaría de la Terminal 1 hasta sus instalaciones: el tipo de vehículo, el logo, y se tomó la molestia de hablarme una vez más para hacerme saber que el vehículo estaba en trayecto hacia donde me encontraba.

En el trayecto al hotel, me encontré con dos bases móviles de la Policía de la CDMX que no estaban allá hace seis meses, separadas por unos 500 metros. Al preguntar sobre ellas, me indicaron que supuestamente desde esas bases se monitoreaban las cámaras de vigilancia de la zona.

Luego, en mis pláticas con los choferes de Uber que me trasladaron al lugar y al hotel donde estaría estos dos días, los cuatro me dijeron que es necesario trabajar jornadas de más de 12 horas, si es que se espera obtener una ganancia que permita vivir decorosamente. Uno de ellos resulta que tiene su consultorio dental, y que funge como conductor de Uber cuando hay demasiado tiempo libre entre consultas, que sus ingresos en esas horas (alrededor de 6 diarias) le permiten cubrir los costos de la gasolina de su vehículo, y que inicia su labor después de dejar a sus hijos en la escuela y a su mujer en el trabajo. Otro me dijo que no creceremos como país mientras la impunidad sea algoo de todos los días; él aboga por la pena de muerte para reincidentes atrapados en flagrancia.

Durante el almuerzo el día de ayer, las personas con las que conviví me expresaron repetidas veces su desencanto contra la clase política, su asco y molestia ante #LaEstafaMaestra y la desvergüenza de los políticos y sus partidos, que únicamente buscan cómo hacerse de dinero. Para ninguno de nosotros es fácil aceptar que cada año el presupuesto “administrado” por el Gobierno es de 4.5 millones de millones de pesos, y que no veamos avances o beneficios tangibles que justificaran ese presupuesto, que mostraran que va mejorando nuestro país y su infraestructura. Ninguno de nosotros ha decidido qué va a hacer con su voto el próximo año, aunque compartimos un objetivo común: no lo entregaremos a ninguno de los colores partidistas existentes simple y sencillamente porque no nos representan y sería contribuir a más de lo mismo.

En los trayectos, unas impecablemente blancas patrullas de “Vigilancia Ambiental” se encargaban de detener a los vehículos que estaban evidentemente contaminando el medio ambiente, a juzgar por el color de la emisión de los escapes, mientras camiones urbanos que escupían humo los rebasaban. Otra gran idea sin dientes.

Vaya, resulta que lo que estamos viviendo nos hermana a pesar de la distancia: tanto los habitantes de la CDMX como nosotros en Yucatán opinamos lo mismo de los políticos (no nos sirven de nada y resultan costosísimos, además de que cualquier iniciativa que pudiera cambiar ese statu quo necesariamente debe ser aprobado por ellos), todos hemos incrementado las prácticas que nos permitan viajar o trasladarnos de manera más segura (porque los encargados de velar por nuestra integridad han sido rebasados o, peor aún, están coludidos con los delincuentes), opinamos lo mismo sobre iniciativas sin dientes que no castigan a los culpables (son una vergüenza y fomentan la inseguridad al no encontrar castigo los delincuentes).

O sea, desde esta perspectiva, los mismos síntomas de la entropía se manifiestan ya abiertamente en puntos tan remotos como la CDMX y nuestro Yucatán, y no es aventurado suponer que lo mismo sucede en el tramo CDMX – Tijuana/Monterrey.

¿Lo peor de todo? Que ninguno de ellos o nosotros ve el menor ánimo de servicio en todos estos tipos, tan solo vemos voracidad y una cada vez mayor ansia de poder.

¿Quién será el mexicano Hércules que se encargará de limpiar los establos de la familia de Augías, escandalosamente embarrada de excremento y de oprobio, para que nos podamos levantar como país, como nos merecemos?

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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