Del brazo de las sombras

By on octubre 12, 2017

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Del brazo de las sombras

Por José Juan Cervera

Cuando la elección del momento y de la forma de morir interrumpe el cultivo fulgurante de una vocación literaria, emerge sin remedio un halo de leyenda que acompaña el recuerdo de la obra lograda. Su valor intrínseco se impone a cualquier noción contingente de las circunstancias que lo envuelven, y sin embargo es difícil desligarlo de ellas ante la fuerza espectacular con que se fijan en la memoria colectiva.

Desde un punto de vista estrictamente biográfico, el suicidio de Alejandra Pizarnik en 1972 es sólo el desenlace de una secuencia de hechos que enmarcó una búsqueda de realización personal con los sinsabores y las satisfacciones que cada quien asimila de acuerdo con las enseñanzas que deja la propia experiencia, cuyos frutos guardan, en su caso,  el peso específico de una apreciable calidad estética. Son éstos los que merecen destacarse por su significado perdurable, por encima de cualquier juicio externo que pretenda acometer los fértiles campos de la creación artística.

Con la tersura estremecedora de sus versos, esta autora fecundó la poesía argentina, y con ella la del mundo conocido. Sin embargo, su obra en prosa no recibe la misma atención, y por tal motivo puede considerarse un acierto la circulación del volumen que desde el año 2002 la reúne en una cuidada edición a cargo de Ana Becciu. Su producción en esta modalidad aparece dividida en cinco secciones: Relatos, Humor, Teatro, Artículos y ensayos, Prólogos y reportajes. Cada una de ellas ratifica no sólo el dominio de la técnica literaria que alcanzó con sus escritos, sino también la aguda sensibilidad que recorre el conjunto de ellos, en los que siempre está presente el espíritu poético.

Uno de los rasgos que con más claridad manifiesta la certeza de la apreciación recién asentada es el despliegue de los valores que la prosodia brinda a una obra literaria, sea cual fuere su vestidura formal. Los lectores habituados a la fluida versificación de Alejandra Pizarnik no echarán de menos sus cadencias cuando incursionen en la gallardía de su prosa, aun cuando ésta se despliegue en múltiples variantes expresivas y temáticas.

En lo que se refiere a los asuntos que trata la autora y a sus preocupaciones recurrentes, se advierten los sobresaltos de una infancia en que la transgresión no se aparta de la ternura ni de las obsesiones que flagelan el universo de los adultos. Así construye una atmósfera onírica y alegórica con textos en su mayoría breves, con los cuales transmuta ideas contradictorias que al final se concilian sin forzarse vanamente. Varios de sus relatos atestiguan su identificación profunda con recursos verbales que aportan significado y belleza a sus letras, siempre que no dejen de explorarse con pasión y disciplina, porque de otra manera decaen como un intento fallido: “Perras palabras. ¿Cómo han de poder mis gritos determinar una sintaxis? Todo se articula en el cuerpo cuando el cuerpo dice la fuerza inadjetivable de los deseos primitivos” (“Casa de citas”).

En sus textos clasificados bajo el rubro de humor se vale de diversos medios para lograr su cometido: paradojas, aliteraciones, retruécanos, asociaciones de ideas, juegos de palabras, onomatopeyas y otros más. Pizarnik tiende también a reformular paródicamente enunciados de otros autores que la tradición consagra, y que incluso el gusto popular se ha apropiado, tal como hace con Nervo, Darío, Lorca y Neruda, por mencionar a algunos: “Soy apenas el arquitecto de mi propio desatino”; “¡Juventud divisa testuz!”; “Y yo que me llevé al río a Pericles creyendo que era platónico”; “Orinera en tierra!”.

En más de un pasaje se ocupa del humor de los escritores contemporáneos, y afirma a propósito de él que “es un humor metafísico y casi siempre indiscernible de la poesía”, tendencia de la que sin duda participa ella misma, explotando la irracionalidad y el absurdo que la vida actual trae consigo. “Pericles saltaba de percha en percha sin prestar atención al hecho de que no había sino una sola percha” (“Abstrakta”).

En sus artículos y reseñas de libros, la autora argentina examina obras por entonces recién editadas, como algunas de Julio Cortázar, Octavio Paz y Henri Michaux, entre otros; o bien, la prestigiada revista venezolana Zona Franca, en la que ella llegó a colaborar. Igualmente hace un pulcro análisis de una antología poética de su compatriota Ricardo Molinari (1898-1996), escritor de una generación distinta a la suya; si bien reconoce sus cualidades, al mismo tiempo expone sus puntos débiles, como la inautenticidad y las fórmulas vacuas que caracterizan varias de sus composiciones.

Al final de la obra compilada figuran algunas entrevistas a las que respondió intercalando versos suyos, tan elocuentes como el que se revela casi como una exhalación: “Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir”.

Alejandra Pizarnik, Prosa completa. Barcelona, Editorial Lumen, 2002, 319 pp.

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