Cuando los soldados llegaron

By on agosto 9, 2018

Crónicas de Mi Pueblo

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Cuando los soldados llegaron

César Ramón González Rosado

Ya entrada la tarde, por el cabo del pueblo se escucharon fuertes pisadas de botas, tambores y toques de corneta que anunciaban la llegada de numerosa tropa del ejército nacional. Serían unos quinientos soldados, con mochila, cartucheras y fusil al hombro, visiblemente fatigados por la caminata de muchos kilómetros.

Venían de Mérida, por el pedregoso y lodoso Camino Real, con destino a Campeche, según se supo después, con motivo de ciertos movimientos militares. Era un hecho insólito.

“¿Por qué y a qué llegaban al pueblo?” se preguntaban temerosos los pacíficos pobladores.

Los más viejos recordaban los tiempos violentos de los enfrentamientos de la “Brigada del Comercio” integrada por jóvenes yucatecos -1915- con el ejército revolucionario comandado por el General Salvador Alvarado. Recordaban los sangrientos combates de Blanca Flor y Halachó, cuando fueron sacrificados cientos de jóvenes yucatecos en aras de un patriotismo mal entendido y de un sentimiento separatista absurdo que no compartía el pueblo yucateco. Sin preparación militar alguna, estos jóvenes fueron reclutados con argumentos falaces por el coronel Abel Ortiz Argumedo, jefe de la guarnición militar, traidor a la causa revolucionaria, saqueador de las arcas del estado, sobornado por comerciantes y hacendados de Mérida que resistían someterse al nuevo orden de la Revolución Social Mexicana para proteger sus privilegios porfirianos.

Triste historia es este episodio histórico de Yucatán.

Por esto mismo, los viejos del pueblo estaban alarmados y alarmaban a los demás habitantes, pues fueron testigos de la desesperada huida de los sobrevivientes de los desventajosos combates, y también vieron pasar a bordo del tren de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán a las tropas triunfantes de Alvarado con rumbo a la ciudad de Mérida.

Se hablaba de todos los males que podrían venir: Saqueos, violaciones, fusilamientos, pero no hubo tal. Las tropas de la revolución pasaron sin pernoctar y el Gobierno Pre-constitucional del General Salvador Alvarado llegó a Mérida y gobernó con buenos ideales para la mejor justicia de la clase trabajadora.

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Después de esta breve digresión histórica, los soldados que llegaron al pueblo fueron recibidos por el Presidente Municipal, que entonces lo era Antonio Canul, cuya historia hemos referido en anteriores crónicas, y alojados en la escuela Manuel Cepeda Peraza, en Maxcanú.

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Cansados, sucios, hambrientos, ampollados los pies, los pobres soldados, los “huaches”, como les llamaban, tendieron sus cobijas entre mesabancos, en los corredores, para descansar esa noche.

El hambre apremiaba y no podían abandonar la escuela en busca de alimento. El General lo había prohibido estrictamente, con advertencia de severo castigo al soldado que se atreviera a abandonar el recinto.

Bien hizo el comandante en jefe y así se difundió la noticia que tranquilizó a los habitantes del pueblo.

A los soldados les habían dado algún dinero para que compraran alimentos y, a través del enrejado de los jardines de la escuela, hacían encargos a los numerosos niños y jóvenes adolescentes que a cambio de alguna moneda hacían los mandados.

Bien comieron los soldados. Las amas de casa prepararon deliciosos antojitos y refresco de horchata que calmaron el hambre de los visitantes esa noche con lo que seguramente habrán dormido a sus anchas, abanicados por la brisa nocturna que viene del mar.

Como suele suceder, no faltó algún muchacho tramposo que se quiso pasar de listo: el “Beech”, el mismo al que el profesor Guibaldo daba de bofetadas por alguna falta de disciplina, con o sin culpa, el mismo “chivo expiatorio” favorito del maestro.

Pues al “Beech” se le ocurrió quedarse con el dinero y no acudir al puesto del “Xix” -así le apodaban al dueño- para comprar los panuchos, salbutes y refrescos que el soldado le había encargado.

El soldado pidió permiso para salir a buscar al muchacho, pero le fue negado. Se quejó con el sargento, que no le hizo caso; acudió el teniente, que le dijo que él mismo se encargaría del asunto.

Y así fue.

El teniente fue a la comandancia de la policía y, como en el pueblo todo mundo se conoce y los “pecadillos” son cosas de comentarios de todos los días y como los chismosos no faltan, fue muy fácil encontrar al “Beech” en su casa, una precaria choza de familia campesina.

Le llevaron a la comandancia detenido.

Llamaron a Antonio Canul, el Presidente Municipal, a quien el joven confesó su falta. El muchacho lloraba y su madre, que lo acompañó, también. Confesó que se quedó con el dinero porque su mamá necesitaba esos pocos centavos para comprar una medicina. La señora devolvió las monedas.

Antonio Canul, comprendiendo la situación, bien aconsejó al “Beech”, quien tuvo que dar disculpas al soldado y devolver lo robado.

Así esta pequeña historia terminó con felicidad.

Al día siguiente, después del desayuno, fuimos invitados para visitar a los soldados. Con sorpresa observamos que, armados de pintura y brochas, remozaban la escuela, resanaban y pintaban paredes y puertas, reparaban ventanas y desyerbaban los jardines. Eran tantos los que trabajaban que en muy poco tiempo quedó flamante el edificio.

Otros soldados, también con coas y machetes “chapearon” las calles, llenas de yerba crecida por las lluvias. Y así, otras tareas terminaron en muy corto tiempo.

Tan agradecidos quedaron los habitantes que las señoras de casa les llevaron comida, ahora sin cobrarles un solo centavo.

Después de tres días de estancia, los soldados, al ritmo de los tambores de guerra y toques de clarín, y con los habitantes del pueblo congregados para presenciar el desfile de despedida, partieron por el Camino Real con rumbo a Campeche, y los lugareños quedaron muy congratulados con su visita.

Vocabulario maya

BEECH – Codorniz.

XIX – se pronuncia “shish”; residuo o resto de algo. Ej. “Sólo queda el xix del agua de mi calabazo”

CHAPEARON – Modismo yucateco: Cortar la maleza, desyerbar.

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