Como la vieron los viajeros (Continuación…)

By on octubre 19, 2017

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COMO LA VIERON LOS VIAJEROS

(Continuación…)

Otro viajero que estuvo en Yucatán en dos ocasiones, y que fue el que dio a conocer al mundo nuestros monumentos arqueológicos: John Lloyd Stephens, nos describe en su primer libro “Incidentes de Viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán”, escrito en 1840, la forma en que se preparaba el vehículo denominado Koché: “El Mayordomo subió por una escalera de gradas de piedra a un lado del campanario de la iglesia, adonde nosotros le seguimos; y girando en derredor con un movimiento y tono de voz que nos hizo recordar a un musulmán con minarete  llamando a los fieles a la oración, llamó un coche. El techo de la iglesia, y el de toda aglomeración de edificios anexos, era de piedra cementada, firme y fuerte como un pavimento. El sol batía intensamente sobre él, y durante varios minutos todo quedó en silencio. Al fin vimos a un solo indio trotando a través del bosque hacia la hacienda, luego dos juntos, y al cabo de un cuarto de hora ya había veinte o treinta. Estos eran los caballos; los coches estaban todavía en los árboles. Seis indios fueron seleccionados para cada coche, quienes con pocos minutos de usar el machete, cortaron una porción de palos que subieron al corredor para convertirlos en coches. Eso se hizo, primero, colocando en el suelo dos palos casi del grueso de la muñeca de un hombre, de diez pies de largo y separados a tres pies uno de otro. Luego se aseguraron con palos cruzados y amarrados con cuerdas de cáñamo sin hilar, como a dos pies de cada extremo; entre los palos se aseguraron hamacas de hierba, se encorvaron arcos sobre ellas, cubriéndolos con livianos petates y los coches quedaron listos. Pusimos nuestros ponchos en la cabecera como almohadas, nos arrastramos hacia dentro y nos recostamos.

En otro párrafo posterior menciona que lo invitaron en la hacienda de Mukuyché a visitar el cenote. “Nosotros no teníamos idea de lo que era un cenote, y Mr. Caterwood, encontrándose muy fatigado, se dejó caer en una hamaca.”

El mismo autor, en su segunda obra sobre nuestro Estado, “Viaje a Yucatán a fines de 1841 y principios de 1842” Tomo I, al describir una casa que alquilara en Mérida, céntrica, de piedra, de un solo piso, expresa: “El techo era tal vez de dieciocho pies de elevación, y había en las paredes algunos trozos de madera para colgar hamacas.” Es muy interesante la observación porque claramente nos indica que hasta esos años no se habían introducido las eses de hierro como hamaqueros. Más adelante, Mr. Stephens informa que tenían sus camas de viaje. Las hamacas las usarían ampliamente en su residencia en las ruinas de Uxmal, donde pasaron buen tiempo.

Correspóndele ahora a un gran viajero que estuvo dos veces en Yucatán, dejando constancia escrita de sus dos visitas. Se trata de Desiré Charnay. Del primero, que tituló “Mis descubrimientos en México y en la América Central” Descripción de viajes al Nuevo Continente”. Barcelona, 1884, en la página 303 nos encontramos una referencia interesante: “Tres leguas más allá, algunos bosquecillos de palmeras nos indican que estamos cerca de Tixkokob, cuya población entera se dedica a la fabricación de hamacas. En cada cabaña abierta se ven las redes tendidas, blancas, azules, amarillas, encarnadas y de colores mezclados; estas hamacas, únicos lechos adoptados por los indios, son las más baratas y las más comunes de cuantas se hacen; se venden de tres a cinco pesetas, y las más hermosas proceden de las cercanías de Valladolid.”

De lo que nos informa Charnay inferimos que las de henequén, en los años de su visita, ya eran de colores, sistema que luego se descontinuó al aparecer la hamaca de hilera en tonos más firmes y que era la industria principal de Tixkokob y de los alrededores de Valladolid, así como sus precios.

Hay también un observador viajero italiano, Adolfo Dollero, quien en 1810, acompañado del ingeniero Armando Bornetti, de Roma y el químico doctor Arturo Vaucresson, de Zurigo, recorrieron nuestro país, elaborando con sus notas un libro “México al día”. (Impresiones y Notas de Viaje). Librería de la Vda. de C. Bouret, París, 1911. En su tránsito por Mérida y poblaciones del interior del Estado, Dollero desgrana sus impresiones. Nos limitaremos a las expuestas en torno a la Hamaca. Describe un paseo en coche-calesa por la ciudad capital: “…. los barrios modernos de San Cosme, Santa Ana, Itzimná, Chuminópolis y otros con infinidad de villas deliciosas y elegantes, medio escondidas por palmas, plátanos y flores en medio de las cuales se mecían suavemente las hamacas.”

En Valladolid manifiesta que el hotel resultó otra decepción y que el mobiliario de su colectivo cuarto se componía solamente de una silla, de una mesa, y de una hamaca. No fue muy fácil encontrar más tarde 3 pésimas hamacas. Son raras las personas que no duermen en hamaca, costumbre seguramente higiénica y propia para esos climas, pero de difícil actuación por un extranjero que no haya vivido largo tiempo en esos países…

De su visita a Espita menciona que por primera vez pasaron la noche en hamaca… Lo mismo en Ticul, en la Sala del Ayuntamiento.

Al italiano no le gustó la hamaca, y es que la inicial dormida en el aerosostenido lecho preocupa y conturba el ánimo.

Renán Irigoyen

Continuará la próxima semana…

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