Caminando por las Calles (V)

By on agosto 9, 2018

Caminando por las Calles

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EL CORAZÓN COMERCIAL DE MÉRIDA

LA CALLE 65 ENTRE 56 Y 62  

Parte 3

ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA

En esta tercera entrega sobre la calle 65, me estacionaré en los años cincuenta del siglo anterior, cuando parte de mi juventud se situó en esas calles.

Antes inicié con el Paseo de las Bonitas y algunos aspectos históricos; luego su transformación a la Calle Ancha del Bazar, y hoy partiremos del Edificio de Correos hasta el cruce con la calle 62, para narrar el crecimiento urbano, la población comercial, el Mercado García Rejón, sus comercios y la banca de la ciudad.

El Edificio del Correo era un zozo marroquí lleno de puestos ambulantes y fijos, con techumbres de lona que pertenecían a la Unión de Baratilleros de Mérida, siendo uno de sus líderes a mi parecer Carlos Flores. En esos costados de las calles 54 y 54A, que no permitían ver la arquitectura de los servicios postales y telegráficos; los trabajadores de los baratillos fueron pioneros de la venta directa, y sus hijos se formaron como profesionistas o empresarios, ahora de gran prestigio y fortuna; otros se conformaron con tener un medio económico acorde al trabajo, pero honesto.

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Mencionaré a algunos a nivel general y como me dicte la mente…

Ahí conocí a Doña Paula Jiménez, que vendía tiras impresas para hipiles, y fue la  madre de nuestros compañeros de estudio Judy y Rachid Azar Jimenez, dos empresarios destacados; en los grandes almacenes de San Francisco de Asís y Bodegas Akí -aquí nacieron- vimos a Asís y a William Abraham abrirse paso trabajando sin descanso; la puerta del Correo la bloqueaba la horchatería “El Brazo de Bronce” donde Don Jesús Burgos e hijo –pianista y bachiller- vendían horchata y refrescos de jarabes de fruta con agua carbonatada; la entrada al Portal de Granos, desde su chaflán, la ocupaban los chavales Miranda –Juan y Víctor–, los niños toreros, que ayudaban a sus padres vendiendo salbutes y codzitos; frente a ellos se encontraba Julio –no recuerdo su apellido– que vendía jugo de naranja –en un perol de vidrio de 30 litros, 10 naranjas de china, azúcar, y avena, exprimía las naranjas y con un cuchillo le quitaba la pulpa, la endulzaba, la avena le daba el cuerpo y agregaba un toque ácido cítrico y amarillo vegetal–, vendía hasta tres envases diarios; a la entrada del Portal de Granos estaba la “Chica Taurina”, donde vendían cerveza, -chicas, medianas y largas- a 20. 40 y 60 centavos el vaso, para solaz de los compradores de los pueblos y de nosotros para mitigar el calor diario; junto, la jarciaría y cestería de don Ángel Pavía y su hijo “Chato” del mismo nombre; los abarrotes de Victoriano Cobos; y los puestos de flores, donde el pueblo se funde con los catrines y viceversa, con olor a fiesta, sudor y amistad.

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Caminar en el tiempo no cansa. Me hace llegar a la conocida Plaza de Ventas, también conocida como Plaza de las Verduras, que nació hace más de un siglo y se llamó posteriormente Mercado García Rejón. Para llegar a él, caminaremos la calle 65 desde el Portal de Granos a la calle 60.

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Mentalmente caminaremos en los años cincuenta, cuando en ambas aceras –norte y sur– se colocaban unos carretones semifijos con mercaderías de todo tipo: ropa, calcetines, vestidos, playeras, juguetes, bisutería y todo lo imaginable de la época en que estaba naciendo el plástico, aunque había muñecas de celuloide. Ahí estaba Alberto Paredes, “Beto Barato”, cuyo hijo Wilberth es actor y director de teatro universitario; los puestos que fundó Don Ceferino Alvarado y después atendió su esposa Doña Tomasita Alonso e hija Leonor y su esposo “Tom”; la madre de Nami Salé, que le gritaba a su crío cuando había viento de agua.

En otros puestos en la acera norte, sobre la banqueta, se colocaban unos fijos de un ancho de 50 cm y 2 m de alto donde vendíamos ollas, mechas, quinqués y accesorios, cucharas de peltre, vasos, platos y regalos baratos que consistían en un plato grande, uno sopero, un platito, y una taza, y otros más caros con un juego de cubiertos y moño rojo; yo vendí en el puesto de Luis Alvarado con él y aprendí a congraciarme con unas cuantas palabras en maya.

Mencionaré los puestos en orden: “Kin Fo” y su esposa Rosa; luego Alvarado; a las puertas de la farmacia “Urcelay”, el “Chino” Fernando Paredes cuyo hijo Fernando fue condiscípulo y es propietario de la Escuela de Aviación “Ave Fénix”; su nieta también es piloto comercial; a las puertas de la abarrotera de Don Julio Wong estaba Miguel García, a quien le enseñé a luchar y fue un destacado rudo –“El Buitre” – y ahora próspero mueblero en Quintana Roo; seguía “La Gitana”, de Mario José Molina, que vendía productos de belleza en envase o a granel; la locería “México”, de nuestro condiscípulo Jaime Vargas; en la esquina “La Rosa de Siria”, de Wadi Amar; enfrente la armería “La yucateca” de José Mena Essef.

No podemos dejar al inolvidable Café “La Balsa” de Polo Castro; el Café “El Candado”; y posteriormente el Café “Moncho”, de Don Ramón Valadez, que ahora atiende sus infatigables hijos Mario y Alberto, que surten con rapidez los pedidos que levanta Miguelito, que se inició muy joven y no deja su trabajo diario, aunque ya tiene un pequeño rancho ganadero que atiende su hijo, un profesional de la clínica veterinaria.

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Como se ha alargado esta crónica caminera, cerraré este capítulo del Bazar García rejón y algo de su historia de los años cincuenta.

Continuaremos con el tramo de la calle 65 a la 62, de Mérida. Este edificio sobre la 65 albergó al Banco Nacional de México.

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