Caminando por las Calles (II)

By on julio 20, 2018

Caminando por las Calles

II

LA RAMPA, CALLE 23 DEL VEDADO, HABANA, CUBA

ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA

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Carlos Duarte Moreno me habló de esta calle, La Rampa, que conocí en 1951, en mi primer viaje a Cuba. Era el centro de los hoteles, casinos, cafeterías y bares en la época del dominio de las mafias norteamericanas en Cuba, la ciudad prostíbulo de los marines y barcos que le tenían como destino. Me contaba sobre la desigualdad social y el analfabetismo rampante en toda la isla.

A partir de entonces, el Vedado fue mi zona habitacional –Av. Paseo y 15– y la Rampa, como se le conoce, era la arteria principal que frecuenté y frecuento, hasta la fecha, por muchos motivos: pasajes de avión, cenas en Monsegnieur, el Parisién del Hotel Nacional, el Habana Libre, su mercadillo artesanal, el salón Rojo del Capri, el cine Yara, Copelia y otros centros de diversión, cultura y folclor.

La Rampa es uno de los sitios más representativos de La Habana, un lugar por el que todos los que llegan a la capital cubana desean caminar. Se puede decir, sin temor a equivocación, que ese segmento de la calle 23, limitado por Malecón y Universidad, representa el alma del Vedado.

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Su historia se remonta a la Colonia cuando, en la loma de Taganana, los españoles hicieron construir una batería costera para la defensa de la ciudad. Allí, mucho después, en la República se construiría el Hotel Nacional, todo un símbolo de la hostelería y la arquitectura en la Isla.

Otro de los lugares emblemáticos de La Rampa es el Pabellón Cuba, construido como un recinto ferial en el corazón de La Habana y en el que se realizan los más importantes eventos culturales como la Feria de Arte en La Rampa, una de las más importantes que se realiza en La Habana.

Con La Rampa colinda, además, el hotel Habana Libre (antes Habana Hilton) que fuera el más lujoso de Cuba en la década de 1950 y que desde el momento de su inauguración se considerara como el más alto de Latinoamérica.

En una vía de la excelencia de La Rampa no podían faltar tampoco los cines. Por eso se construyeron dos de los más lujosos de la ciudad: el actual Yara (antiguo Radio centro) y el cine La Rampa, que comparte nombre con la emblemática cuesta. Todavía funcionan y son considerados como los mejores de Cuba.

Las aceras de La Rampa son muy peculiares pues los mosaicos que adornan sus aceras son obra del talento de prestigiosas figuras de la plástica en Cuba. A ambos lados de estas aceras se acumulan restaurantes, centros nocturnos, edificios públicos, ministerios y galerías de arte que hacen de la calle un lugar de ensueño para todos los que desean conocer la vida de La Habana moderna.

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Es mi sitio favorito. Visitaba a Juan Antonio Méndez y a César Portillo en la Luz, en el Pico Blanco del Hotel Saint John, con tertulias hasta ver salir el sol; café en casa del pianista Nelson Camacho, que vivía a un costado del cine Yara, con descargas musicales de Hilda del Castillo, soprano de coloratura; María Esther Pérez, la mejor Violeta y Gilda de Traviata y Rigoletto; Ilena Cortés, bolerista; y la amabilidad de su esposa e hija, junto al piano de cola, mientras Nelson nos ahumaba con su insuperable Habana.

También visitaba a Frank Domínguez, junto al Ministerio del Azúcar, donde el buchito nunca faltaba; le llevaba algún obsequio de su hija Gendis, que radica en Mérida. En el Hotel Vedado me recibía su capitán de meseros, Rafael Valenciaga, que también me acompañaba a la Gran Logia de Cuba.

Me refrescaba en Copelia, con un helado de guayaba. En la residencia de la Dra. Mónica Álvarez recibí el primer premio Chez Monique, “La Mujer mariposa”, que se entregaba a un artista extranjero -1993-; en el 2017 se entregó otro a otro extranjero, al periodista Mario Renato Menéndez –dos yucatecos galardonados en Cuba.

Como anécdota, en uno de mis viajes por Mexicana de Aviación mi equipaje no llegó a su destino y las oficinas de Mexicana estaban en 23, en La Rampa. Inició mi peregrinar diario cuando a los tres días me confirmaron que mi equipaje se encontraba en Guadalajara; por lo cual pedí lo remitieran a La Habana. Cinco días después me indicaron que mi equipaje ya estaba en Mérida; nuevamente les dije que lo quería en La Habana o los demandaría. Su gerente me dijo: “Como usted salió de Mérida, ya lo dejamos en esa ciudad.” Sin inmutarse me dijo: “Todos vienen a Cuba de 3 a 5 días, nadie tarda tanto aquí.” Como al día siguiente viajaría a Cuba Mario Esquivel, mi socio en el envío de comestibles a Cuba, le pedí que lo recogiera en el aeropuerto meridano. Telefoneó para que se lo entregaran.

Puse una enérgica carta a la empresa y, cuando fui a confirmar mi vuelo de regreso, me dijeron que el gerente se había jubilado. Coincidencia.

Como pueden ver, cada calle es para los que memorizamos recuerdos, lugares especiales que dejan huella en la vida.

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Bibliografía

TodoCuba y archivo propio.

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