Calle 62

By on agosto 10, 2017

Título: Calle 62; 85 cm x 65 cm; Acrílico sobre tela; 2017; Autor: Juan Pueblo el Pelaná (Juan Pablo Quintal)

Título: Calle 62; 85 cm x 65 cm; Acrílico sobre tela; 2017; Autor: Juan Pueblo el Pelaná (Juan Pablo Quintal)

 Calle 62

Ha dicho la Real Academia Española que aun ya no lleva tilde y, como diariamente, aun es mediodía en la ciudad de Mérida. El viento sopla frío y una fina lluvia, más bien llovizna, cae de manera oblicua y casi sin mojar nada. Son los efectos de la tormenta tropical Franklin, que la noche anterior se metió en la península por Chetumal. El Kaskep, en el modo Godín de cualquier día en horas de oficina, considera prudente salir a dar una vuelta por el Centro, se dice que para estirar el cuerpo y descansar la vista, quizá despejar la mente o ahuyentar fantasmas, tal vez para mirar gente y mantener la calma.

Sale a la calle 62, a la mitad entre 65 y 67, y encamina rumbo al norte, recibiendo de frente las finas gotas. Nunca nada es lo mismo o, aunque no se quiera, siempre todo cambia. Venta de antojitos light, zapatos y sandalias. Los periódicos de la esquina y, enfrente, la tienda nacional que sustituyó a una cantina. El Kaskep mira al rostro a todos los que pasan como buscando a alguien. Ve a las mujeres de todo tipo, como tratando de encontrar una de talla chica, por decir delgadita y chaparrita. Así continúa su andar hasta la calle 63 sin novedad. A la espera del semáforo, se deleita con la plaza en escala de grises.

Pasa por los bajos del palacio municipal y el mismo corredor lo conduce hacia el Centro Cultural Olimpo. Piensa que esos dos edificios son uno mismo, bellos cada cual a su manera, femenino uno, masculino el otro. El corazón con la razón. Hace como que mira las portadas de los libros de la puta librería, como quien se hace pendejo cuando espera a alguien que no llegará. Se para en la esquina, como quien va a cruzar a la plaza, pero solo se queda mirando las torres de la catedral. En tanto, el policía lo mira y él se cree sospechoso de tanto estar allí. Entonces continúa su camino sobre la 62.

El teatro Armando Manzanero le recuerda temas de arquitectura y música clásica al mediodía. Un café bueno para desayunar y un bar tipo alemán, un hotel y un estacionamiento enfrente le dicen otras cosas. El restaurante con aparador de la esquina le muestra platillos con queso de bola, cochinita y panuchos que se ven muy tzatz. Opta doblar a oriente para pasar por la Universidad, y de paso mirar el hermoso teatro José Peón Contreras. Recuerda que la última vez que estuvo ahí la pasó muy bien con la Orquesta Sinfónica, Friedrich Häendel, Robert Schumann y Sebastian Bach.

No puede evitar darle la vuelta a la obra en construcción del faraón del momento. El Palacio de la Música ya se mira tolete con sus estructuras de acero y sus bellas formas ortogonales. El Kaskep ya lo espera con el entusiasmo de que esa racionalidad arquitectónica sea también musical. Imagina a los trovadores incómodos, prefiriendo sus lugares de siempre, y sonríe con altivez. Tampoco puede evitar embeleso al mirar a los trabajadores levantar el palacio en medio de la llovizna, con el ruido de la obra, ni su admiración por aquellos que ni así paran sus taladros, sus cortadores de disco, o sus máquinas de soldar.

Al pasar frente a una tienda de electrónica, una muchacha rubia y nalgona llama su atención, pero no lo suficiente para arrancarle un suspiro. Entonces, mejor sigue su camino para echar otro vistazo al edificio en construcción. Toma rumbo a la calle 60 para pasar por el Teatro Daniel Ayala, y luego dar vuelta por Palacio de Gobierno, buscando siempre y otra vez El Olimpo para volver. Se topa con unos manifestantes que protestan por haber sido defraudados por una caja de ahorros y exigen justicia al faraón. El Kaskep piensa que el fraude es lo peor, que el daño de haber sido timado por alguien en quien se depositó la confianza no se cura jamás.

Al llegar a la esquina enfrente de El Olimpo, encuentra una muchacha que, dándole la espalda, mira con minucia la cartelera. Es una mujer delgadita y chaparrita, lleva un vestido negro adornado de florecillas entre rojas y rosadas, también el cabello lacio y negro, y en la espalda un chal. El policía lo mira como con sospecha, pero también como diciéndole que lo que espera no llegará. El Kaskep avanza por la escarpa de enfrente y contempla juntos a El Olimpo y al Palacio Municipal, amaga con cruzar por donde no debe, pero corrige a tiempo: cree que alguien que ni siquiera es capaz de cruzar la calle por la esquina nada de rectitud puede ofrecer a los demás.

Y así, con la llovizna y el viento que han pasado, el Kaskep camina por la eterna calle 62, de regreso a lo aparente. Recuerda que dicen que el amor se siente como un gran hueco en el estómago, pero con suspiros, angustia y excitación. La señora de los elotes no ha llegado aun, pero seguro es cuestión de esperar y llegará. ¿Será un antojo o será hambre de verdad? Pueden ser las dos cosas, más carencia de lo último. ¿Será que el reggaetón y la bachata tendrán cabida en el Palacio de la Música? El Kaskep no lo sabe, pero El Olimpo y el Palacio Municipal siempre van a estar ahí, en la Calle 62.

Rígel Solís Rodríguez

Agosto 8, 2017

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