Alburas y embelesos

By on octubre 5, 2017

La lira Arroniz

Alburas y embelesos

Por José Juan Cervera

Las preferencias políticas y las tendencias ideológicas llegan a marcar indeleblemente la trayectoria cívica de un literato, pero no constituyen un factor decisivo al momento de examinar la calidad de su obra, si bien pueden condicionar la forma como la reciban las generaciones postreras, haciendo mediar entre ellas prejuicios y adhesiones que influyen en los canales que han de recorrer antes del discernimiento de sus valores estéticos.

Los pasajes biográficos, incluso cuando llegan a nosotros disgregados en fragmentos que sólo la inferencia y la conjetura logran reconstituir deficientemente, proveen limitados signos de comprensión de una existencia que las lagunas históricas y las carencias documentales pueden deformar o idealizar, pero que no son equiparables al conjunto de vivencias y percepciones íntimas que desencadenan el flujo de su expresión literaria, con sus crispaciones y sus desgarramientos, sus balances introspectivos y su liberación catártica.

Esto es particularmente cierto en una época como en la que el romanticismo decimonónico se erigió en modelo de vida de grupos sociales emergentes y transformó la experiencia subjetiva que se plasma en las creaciones del arte. Tratándose de un movimiento de vigorosa expansión en el mundo occidental, en México fructificó con numerosos prosélitos. Uno de ellos fue Marcos Arróniz, nacido en el primer tercio del siglo antepasado en Orizaba, Veracruz, de acuerdo con lo que sugieren los indicios más elocuentes referidos a este hecho; murió trágicamente en la capital del país en 1858.

De filiación conservadora, provenía de una familia acomodada y fue afín al mandato del dictador Antonio López de Santa Anna, se desempeñó como militar de profesión y combatió a los liberales entre quienes tuvo, sin embargo, amigos cercanos como el escritor Francisco Zarco. Socio del Liceo Hidalgo, escribió manuales de divulgación histórica. De él dejaron algunos testimonios dispersos sus contemporáneos, como Francisco Pimentel e Ignacio Manuel Altamirano. Más recientemente se han ocupado de su producción literaria Ángel José Fernández y Marco Antonio Campos, quien reunió sus textos poéticos en una edición que reivindica su memoria.

En el estudio literario que acompaña su compilación, Campos asienta a propósito de Arróniz: “Pese a desaliños formales, la pasión y la sinceridad salvó a su poesía, sobre todo en su gran poema Zelos.” Y afirma más adelante: “No recuerdo ningún otro poema en la poesía mexicana, ni antes ni después, que se extienda tanto en la descripción torturada del sentimiento de los celos como el de Arróniz.”

Siguiendo el ejemplo de su admirado Lord Byron, enalteció la belleza de las mujeres de Cádiz, a quienes admiró durante una estancia que hizo en ese puerto español. De ellas cantó: “Las perlas son que encierran con usura/Voluptuosas y lánguidas mujeres/Que brindan con ensueños de ventura/En su regazo, trono de placeres.”

Algunos de sus poemas parecen prefigurar un vago parentesco con la obra de Manuel José Othón, quien habría de nacer en el mismo año en que Arróniz abandonó la existencia. Se trata de aquellas composiciones que se explayan en la descripción del paisaje y de sus seres, y que hacen de él un motivo para enlazar su contemplación o el padecimiento de sus rigores con los estados de ánimo del sujeto poético. Además, uno y otro advierten la mano de la Providencia en la belleza que colora el ambiente natural; así, en palabras de Arróniz: “¿No escucháis? ¿No escucháis cómo pregona/Ese himno universal que nos admira/El poder que al Señor nunca abandona?” (“La mañana”).

Acorde con la sensibilidad romántica que envolvió la cultura de su tiempo, Arróniz pondera la potencia creadora del genio que se alza majestuoso sobre la experiencia ordinaria, tal como lo manifiesta en los versos de “La inmortalidad” y “El tiempo”.

Al influjo de su recuerdo, fulgure en lontananza el desafío intelectual que incite a emprender vuelos sublimes y a entonar cantos de gratitud conmovida.

Marcos Arróniz, La lira rota. Estudio introductorio y compilación de Marco Antonio Campos. México, UNAM, 2007, Colección Ida y regreso al siglo XIX, 209 pp.

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