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A María
V
A MARIA
HAY un canto de amor inefable,
muy dulce, muy hondo, muy tierno y sentido;
que no expresan jamás las palabras,
que no cabe en la pompa del ritmo…
Que al mirarte, palpita en el fondo
de mi ser; y que envuelve mi espíritu
en perfumes de rosas del cielo,
en efluvios de un cáliz divino…
Que ennoblece el profundo silencio
en que se hunde tu amor con el mío,
cuando a solas los dos nos miramos
ante Dios, que es amor, por testigo…
Ese canto aletea en mi alma
como ave ideal en un nido;
ese canto sin voz es un ave
que va a un cielo que yo sólo miro,
y que luego del cielo desciende
con un blanco lucero en el pico.
Ese canto sin voz es un hada
que convierte mi lóbrego abismo
en un ara en que miro tu imagen
levantada sobre un paraíso…
Ese canto sin voz es un sueño,
un ensueño mejor, es Dios mismo
que desciende piadoso a las almas
en que hay luz y hay amor infinito…
Ese canto eres tú, que me besas
sin que toquen tus labios los míos;
ese canto dialoga en silencio
sin que llegue un rumor al oído…
Ese canto de amor es eterno
y no cabe en la pompa del ritmo…
¿Cuándo canto este amor? – ¡Cuando callo!
¿Cuándo callo este amor? – ¡Cuando escribo!
Te he rimado ternezas mil veces
y me has dicho: ¡muy bien, es divino!
Y otras mil he clavado en tus ojos
mis ojos insomnes, profundos, marchitos,
sin osar profanar con palabras
la oración de mi amor infinito.
Y al sentir la sagrada caricia
de un silencio de amor en tu espíritu;
al sentir esos versos con alas
y sin voz, mas con célicos trinos,
que con sólo mirarte esculpía
de tu alma en el cáliz dormido,
no me has dicho, extremando bondades,
no me has dicho: ¡muy bien, es divino!
Pero sí, delirando de amores,
y soñando con Dios, con Dios mismo,
sin hablar, has buscado mis brazos,
y han rozado mi frente tus rizos,
y has besado mis ojos insomnes,
y has quemado mis labios marchitos…
Seguiré modelando en mis trovas
tus carnes rosadas, de nardo y de lirio;
seguiré pregonando que te amo
en versos que tengan la pompa del ritmo;
un soneto será tu escultura,
una endecha tu reír peregrino,
una onda triunfal la nobleza
de tu alma, más pura que el alma de un niño…
Seguiré, mientras tenga una lira,
Haciéndote versos que llames “divinos”…
Pero hay algo mejor que ambiciono
más grande, más alto, más hondo, más mío:
que yo pueda decirte en silencio,
al mirarte mis ojos sombríos,
ese amor que te digo, si callo,
ese amor que te callo, si escribo;
y que tú, delirando de amores,
y soñando con Dios, con Dios mismo,
beses luego mis ojos insomnes,
quemes luego mis labios marchitos…
José Inés Novelo
Continuará la próxima semana…
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